domingo, 18 de abril de 2010

Enganche

El otro día me tocó bailar con un chico bastante más alto que yo, y que vestía una corbata atada con una  elegante y fina pinza sobre su camisa oscura.

El tema es que como bailamos con un abrazo bien cerrado, su pinza se terminó enganchando con mi collar, dado que mi cuello le llegaba apenas a su pecho.

Cuando terminó el tango y nos quisimos separar, nos dimos cuenta de que estábamos enganchados el uno al otro.

Más allá de que no me molestó en lo más mínimo, puesto que me tocó un joven apuesto, divertido, inteligente y elegante, fue un placer escucharle decir:

"Sólo el tango tiene el poder de enganchar así a la gente".

Dedicated to A.

miércoles, 14 de abril de 2010

Soho Tango, la milonga salonera joven

Entre las tantísimas prácticas y milongas que han abierto en los últimos años en Buenos Aires, quiero destacar una que me gusta más particularmente: Soho Tango.

Se organiza desde marzo de 2007 todos los jueves en el Club Villa Malcolm, un club de barrio social y deportivo fundado en 1928 e históricamente ligado al tango: allí tocaron todas las grandes orquestas de la década de oro, así como también Pugliese y muchas más.

Se trata de una milonga joven, dinámica, más orientada al tango salón que al tango nuevo, a diferencia de Tangocool, que se organiza los viernes en el mismo lugar o El Motivo Tango, los lunes, pero a pesar de apuntar sobre todo al tango tradicional, es realmente abierta y dispuesta a mostrar cosas distintas y jóvenes parejas.

"En un principio creo que significaba, por un lado, un salón muy grande y frío que no sabíamos si íbamos a poder llenar y darle la intimidad que queríamos, y por el otro, un lugar asociado a "prácticas" de tango joven. Con el tiempo eso cambió totalmente. Pudimos apropiárnoslo y nos encanta, y descubrimos que tiene mucha historia tanguera y folklórica ya que allí tocaron todas las grandes orquestas", explica Eugenia Martínez, la fundadora de Soho Tango, junto a Mario Bournissen.

Ambos querían "abrir un espacio de tango, donde la gente viniera a encontrarse, a comer, tomar algo, y a bailar", como cuenta Eugenia. En un primer momento, en el año 2006, eligieron un salón en la calle Cabrera, a la vuelta de la Viruta, donde estuvieron un año, hasta que cerraron el fondo de comercio. Mientras estaban buscando un nuevo lugar, el presidente del Club Villa Malcolm los llamó y les propuso ocupar el lugar los jueves.

"En un principio no queríamos ir al Malcolm, porque Cabrera tenía una onda muy cálida, muy íntima, y el cambio iba a ser muy abrupto. Pero los beneficios que nos ofrecía el Malcolm eran mejores que muchos otros lugares (tamaño, precio y ubicación eran inmejorables)", cuenta Eugenia. "Al llegar al Malcolm nuestro desafío era enorme. Sabíamos que los miércoles y viernes de Tangocool funcionaban muy bien, y venir a ofrecer un día justo en el medio, no era nada fácil. Pensamos en intentar reproducir algo de lo que veníamos haciendo en Cabrera, y nos embarcamos en una inversión enorme: compramos equipos de sonido, luces, manteles, velas, portavelas. Mario construyó los faroles de la pista, compramos mesas con faroles para el patio, y otros farolitos para las columnas. En fin, nos endeudamos hasta el cuello. La idea era proponer un espacio diferente al de los demás días del Malcolm, e intentar tentar a nuestro viejo público, para que se anime al club".

Eugenia y Mario siempre estuvieron atentos a lo que la gente pedía: "La idea fue siempre recibir a la gente de una manera especial. Sobre todo cuando empezamos prestábamos mucha atención a la gente que se iba temprano y preguntábamos si algo no les había gustado. Estábamos muy atentos a que todos estén a gusto. Y hablábamos mucho al final de la milonga sobre todo lo que habíamos observado. Esto sigue sucediendo hoy en día, al final del día comentamos lo que pasó, y muchas veces surgen ideas nuevas, o cosas para mejorar o cambiar".

Últimamente, me llamó la atención que bailaran allí dos parejas bastante peculiares, en dos noches distintas: Ariadna Naveira y Greta Hekier por un lado, y luego, Octavio González y Cristhian Sosa.

Sí sí, en ese orden, ¡no me equivoqué!

No se trata de parejas gays, ni de parejas de tango a secas: son jovencísimos bailarines que, cada uno por su lado, tienen su pareja de baile (del otro sexo), pero que decidieron divertirse y mostrar algo distinto, y realmente interesante.

Vale la pena presentar a cada uno de estos cuatro jovencísimos bailarines, que forman parte de la última generación del tango.

Yo personalmente, si fuera lesbiana, estaría enamoradísima de Ariadna Naveira, de 20 años. Es hermosa, es graciosa, tiene un humor pícaro cuando baila, se ve que lo disfruta, la pasa bien, y nos contagia ese buen humor y ese disfrute. Además, considero que baila tan bien como hombre que como mujer. Sabe guiar, y sabe seguir. Una mujer completísima. ¡Sueño con bailar con ella!

Es hija de Gustavo Naveira, considerado uno de los padres del tango nuevo, aunque él rechace la etiqueta, y de Olga Bessio, una gran bailarina. Pero Ariadna encontró su propia vía y su propio estilo, y eso la hace más especial todavía, porque no se dejó aplastar por los dos gigantes que son sus padres, ni tampoco siguió fielmente sus huellas.

Su pareja, de baile y en la vida, es Fernando Sánchez, y juntos bailan de manera muy ligera, muy graciosa y muy elegante. Aquí un video en el que Ariadna baila con esa sonrisa tan entrañable.

De Greta Hekier, 22 años, no tengo mucho que decir porque no la conozco tanto, excepto que me encanta verla bailar, y que visiblemente a muchísimos hombres les encanta bailar con ella.

En este video, filmado entonces en Soho Tango en octubre pasado, Ariadna es la que está vestida toda de negro.



Octavio Fernández, por su lado, merecería una entrada aparte. Se trata de un niño de apenas 22 años. A pesar de su corta edad, ya bailó con grandes bailarinas, como Luna Palacios o Samantha Dispari. En estos momentos baila con Corina Herrera. Conozco a Octavio desde hace unos cuatro años. Lo vi dar sus primeros pasos en la pista, puedo decir que vi el nacimiento de este eximio bailarín. Es un fanático de la milonga, difícil las noches en que no se lo ve en La Viruta, Soho Tango o Loca. Hasta hace poco, solía presentarse siempre engominado, impecablemente vestido, cual viejo milonguero de los 40. Por suerte, ahora está un poco más relajado, aunque siempre elegante. Bailar con él es... tocar el cielo con las manos. La entrada en la que explico mi búsqueda del abrazo perfecto, la escribí pensando principalmente en él.

Cristhian Sosa, de 23 años, fue doble campeón del Campeonato Metropolitano de 2009: en vals y en milonga, junto con Lida Mantovani. Otro jovencísimo bailarín que no se dejó seducir por las sirenas del tango nuevo, y eligió Villa Urquiza y la esencia del tango para su formación y nuestro deleite.




Soho Tango

Club Villa Malcolm
Córdoba 5064
Jueves: clase de 21 a 22h30 a cargo de Mario Bournissen y Eugenia Martínez, y de Emiliano González, Laura Zaracho y Noelia Davini, y milonga de 22h30 a 2h30
Reservas: 1561668365
Cómo llegar: Colectivos 15, 34, 55, 140, 151, 168, o 106 y caminar unas cuadras por Córdoba

domingo, 11 de abril de 2010

Porque es inútil esperar, si la esperanza ya murió...

"¿Lo tenés? Te quiero", me escribió la persona que me enviara este tema alguna vez, deseando compartir, además de su amor, hermosas letras de tango.

Esta vez, tengo que tomarme la letra en serio.

sábado, 3 de abril de 2010

La milonga, la adicción, el amor y el desamor

Hay momentos y momentos.

Momentos en que la milonga se convierte en el centro de nuestra vida. Somos adictos, no podemos pasar una sola noche sin milonguear. No somos profesionales, no tenemos intención de serlo, pero la sola idea de perdernos una noche de milonga nos deprime al punto de angustiarnos y dejarnos intranquilos, en busca del abrazo perfecto.

Como en La Viruta, los fines de semana, a partir de las 3h30 no se paga, y dura hasta las 6, pase lo que pase por la noche (fiestas de cumpleaños, reuniones de amigos, salidas al cine...), sabemos que terminaremos la noche allí. Siempre cargamos con nuestros zapatos de tango en la cartera, y llegadas las 3 o 4 de la mañana, emprendemos el camino hacia el Templo, en la calle Armenia.

Habría que hacer un estudio sobre lo adictivo del tango, porque esto le ha sucedido a todos los que  conozco que fueron picados por el bichito del tango: la imposibilidad cuasi física de no ir a la milonga. Me ha pasado de estar en la otra punta de la ciudad un sábado a la noche en invierno en casa de una amiga, que se hagan las 2 de la mañana, que esa amiga me proponga quedarme a dormir en su casa, y que yo lo conteste: "No, gracias, tengo que ir a La Viruta", como si fuera una obligación. Era capaz de esperar el colectivo durante una hora con 2 grados de sensación térmica, con tal de cruzarme la ciudad y llegar a la milonga.

Siempre andaba con mis zapatos a cuestas. Mi casa se había convertido en un hotel de paso, donde solamente dormía y desayunaba. Me levantaba a las 10, iba a trabajar a las 12 ya vestida para la noche, trabajaba hasta las 21, me pintaba en el baño de la oficina, a las 22 iba directo a la Viruta donde tomaba las clases, y luego me quedaba en la milonga hasta las 4 o las 5 o las 6 de la mañana, dependiendo del día, dormía cuatro o cinco horas, y a la mañana siguiente, lo mismo, despertarme a las 10...

No sé cómo aguanté tanto tiempo ese ritmo. Duró más o menos tres años.

Me acuerdo de hablar con un chico que ya bailaba profesionalmente, y que me preguntaba que haría a la noche siguiente. Mi respuesta fue tajante: "Voy a las clases y luego me quedo a milonguear". Me miró con ternura y me dijo: "Ah, empezaste hace poco, ¿no? Vas a ver, ya se te va a pasar, algún día, la milonga será otra cosa".

Lo miré espantado. ¿Otra cosa? ¡Jamás! La milonga era lo único firme, estable, tangible de mi vida, y lo sería para siempre, no cambiaría nunca. Juré y perjuré que no se me pasaría nunca, que mi adicción era de por vida, y aún más: que la pareja que yo tuviera tendría que ser del ambiente del tango para poder bancárselo.

No entendía a esa gente que, un día, se enamoraba, y chau milonga. Los criticaba: "Qué pollerudo/qué sumisa, ¿entonces qué? Ahora que están en pareja se olvidaron de lo que realmente les gustaba? Qué tarados/as".

Y un día... pues un día me enamoré. Me enamoré de alguien de la milonga, sí, pero no un profesional del tango. Me enamoré con una intensidad que no había sentido en lustros. Esa persona me hacía tan, pero tan feliz, que sólo tenía ganas de una cosa: estar con él. ¿La milonga? Sííí, bueeeeno, mañana vaaamos, ¿y si mejor nos quedamos haciendo cucharita abrazaditos debajo de las frazadas? Y él estaba en la misma: prefería mil veces quedarse acurrucado entre mis brazos en posición horizontal que abrazado a mí o a otras en una pista.

Viví ese amor con una intensidad casi insólita conociéndome, yo que también había jurado que no me pondría nunca en pareja, que la soltería me sentaba muy bien, que no necesitaba a nadie a mi lado, que no quería comprometerme con nadie, que nadie me sacaría del tango ni me alejaría de la milonga.
Un día, llegó ÉL, me enamoré, se enamoró, y mis convicciones, mis afirmaciones, mis declaraciones,  mis certezas, se fueron a freír churros en un santiamén. Ese hombre me voló la cabeza como nadie.

Y de golpe, sin que me diera cuenta de ello, nos volvimos esas parejas que yo tanto había criticado: desaparecimos de la milonga. El tango ya no era el centro de nuestras vidas. Ahí entendimos que la adicción al tango es mucho más que eso: en realidad, lo que se busca con desesperación en la milonga es el contacto humano. Compañía. Abrazo. Calor. Porque en general la gente que empieza a bailar tango es soltera: necesita ese contacto.

Cuando nos ponemos en pareja y que recibimos de nuestro compañero o nuestra compañera ese contacto, esa compañía, ese calor, ya no necesitamos ir a buscarlo en el abrazo del tango.

La milonga se vuelve una opción de salida. Nuestra opción preferida, ciertamente, pero una opción al fin.

Pero nada es eterno. Así como la adicción a la milonga se deshizo en los limbos del amor, un día, la pareja también se puede deshacer en los limbos del desamor. Un día, la vida se vuelve a pensar en singular. Un día, dos seres enamorados recuerdan eso: que eran dos. Que no eran uno. Un día, se puede acabar el amor.

¿Qué pasa entonces? ¿Qué pasa con la milonga? ¿Qué pasa con ese lugar en el que nos conocimos, en el que dimos nuestros primeros pasos como pareja? ¿Qué pasa al escuchar esos tangos que nos han unido y que hemos escuchado juntos desde nuestra cama transformada en milonga íntima, durmiéndonos fusionados en el amor del otro?

Cada cual lo manejará como pueda. Cada cual sabrá si puede volver a ese lugar, si puede volver a escuchar esos tangos desgarradores, si tiene ganas de cruzarse con su ex pareja y hacer como si nada. Sobre todo si a uno de los dos le quedó amor, la simple idea de que eso, cruzarse con su ex, pueda suceder, es una tortura. La idea de ver a nuestro antiguo amor tener su cuerpo pegado al de otra, y ya no al nuestro, nunca más al nuestro, nunca más acurrucados, nunca más cucharita, nunca más abrazaditos debajo de las frazadas en invierno, es tan insoportable que preferimos evitar salir a milonguear.

Para algunos, en ese momento, la milonga se vuelve a transformar por tercera vez. Aquel lugar al que juramos y re-contra-juramos que nunca dejaríamos de ir por nada en el mundo, y del que luego nos alejamos con gusto para vivir lo increíble del amor, ahora nos provoca angustias y nos saca lágrimas.


¿Qué otro lugar provoca tantas sensaciones encontradas? ¿Qué otro boliche marca tan en la carne a la gente que acude a él?

La milonga es un mundo. A veces, no nos damos cuenta de hasta qué punto la milonga es nuestro mundo. Hasta qué punto es una alegoría de nuestra vida. Hasta qué punto nos va acompañando en las etapas de la vida. Y hasta qué punto, en ese mundo, se juntan la adicción, el amor y el desamor.